El omega de la aurora by Daniel A. Borge

El omega de la aurora by Daniel A. Borge

autor:Daniel A. Borge [Borge, Daniel A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2017-02-17T00:00:00+00:00


7

Llevaba días, semanas, meses despotricando sobre la predecible vida rutinaria que llevaba. Llorando al cielo, maldiciendo al estúpido señor Vennerød con su estúpida manera de actuar. Intentado quebrar el automatismo de su jornada diaria con interminables paseos por la ciudad, cambiando de ruta, tomando paradas prematuras en el tranvía… y de repente, un día cualquiera, un miércoles 30 de noviembre cualquiera, sus plegarias fueron escuchadas, pero de una manera macabra y retorcida, como si el destino fuera una satírica paradoja que se alimentara de la angustia humana y disfrutara de una manera retorcida ante la reacción de Mito. Cuando sufría inseguridades o ansiedad, comenzaba a hablar consigo mismo.

—Se han cargado al puto Renjhard Vennerød, no me lo puedo creer. ¡Se lo han cargado! Le han colocado una especie de bomba o algo y el tío ha explotado. ¡Se lo han cargado!

Se acordó de la terrible escena que había presenciado hacía apenas un día y sufrió dos potentes arcadas, tan fulminantes que no tuvo tiempo de acudir al cuarto de baño, con lo que dejó el “semidigerido” almuerzo en el suelo de camino al aseo. Se acercó a la cocina y se refrescó un poco la boca con agua helada.

—No me lo puedo creer… ¡No me lo puedo creer! ¿Por qué me pasa esto a mí? Yo no he hecho nada, si no hago daño a nadie. Me porto bien, acudo al trabajo puntualmente todos los días, pago todos mis impuestos…

—Te debes de estar descojonando de mi eh… ¡Oh malévolas valquirias del destino! ¡Escuchasteis mis graznidos desde el reino de los hombres y transmutasteis mis lamentaciones en un mortuorio resultado!

Tras oírse a sí mismo empezó a reírse, muy lenta y silenciosamente, aumentando gradualmente de velocidad y volumen hasta llegar a un punto en el que rompió a llorar. Procelosas lágrimas brotaron de sus ojos, hacía años que no lloraba de esa manera, pero no lo evitó, dejó que fluyera, que todo emergiera a la superficie hasta que su sabio cuerpo dijera basta. Permaneció de esa guisa unos 10 minutos hasta que se secó las lágrimas con la manga de la camiseta y se calmó.

—¿Qué va a ser ahora de mí? ¿Quién me va querer en su empresa? —proclamaba al vacío de la casa mientras se limpiaba con un trapo de cocina los lagrimones que se habían ido colando por los recovecos de su frondosa barba cobriza.

—A ver, el dinero no es problema, con todo lo que tengo ahorrado… si no gasto nada de nada. Además mis padres siempre estarán ahí por si lo necesito.

—Pero ¿quién me va a querer ahora? No tengo estudios, no tengo más experiencia que la de estar detrás de un mostrador, no tengo don de gentes, odio el cara al público, odio la gente, no sé, ni quiero, trabajar en equipo…

—Tendré que buscar algo parecido… Pero ¿quién demonios va a querer a un puto ermitaño adicto a la jodida pornografía en su negocio?

El tiempo pareció detenerse por unos segundos… De sus labios habían surgido palabras de autoreconocimiento, palabras producidas por la ira y el desasosiego.



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